La edad no es una excusa. Las etapas de la vida van cambiando y eso supone ir derribando obstáculos. Pero ¿quién determina cuándo uno es muy joven o demasiado mayor para emprender un reto? Hace un siglo, alguien decidió que a los 65 años una persona ya era vieja. Desde 1919 no hemos vuelto a reparar en ello. Es cierto que los sesgos cognitivos nos sirven para pensar más rápido, pero en este caso no solo nos llevan a pensar peor, sino que arriesgan la construcción sana de una sociedad.
Cada vez contamos con menos jóvenes y con más adultos. Ante este panorama, necesitamos replantearnos ciertas creencias, tanto de las personas que seleccionan talento en las organizaciones como las de los séniors que aspiran a un empleo. Y, ojo, recordemos que muchas organizaciones sitúan la frontera para ser considerado sénior en los 45 años. En momentos difíciles como los que vivimos, las empresas necesitan habilidades importantes como la templanza y la capacidad estratégica, algo que se gana con los años. Además, en circunstancias en las que los equipos necesitan mayor innovación y capacidad de reinventarse, es fundamental que haya diversidad, no solo de género, sino generacional. La riqueza de quienes han vivido momentos complicados ayuda a encontrar mejores soluciones
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