Por Adriana Botini
Al principio de la nueva pandemia de coronavirus, seguimos con nuestras vidas en aislamiento social con la sensación de que en unos meses podremos volver a la rutina normal. Sin embargo, a medida que pasaban los meses, nos dimos cuenta de que los riesgos sanitarios y el crecimiento de la pandemia podrían hacernos permanecer más tiempo del previsto en el aislamiento y el desprendimiento. La pandemia ha provocado un sentimiento de pérdida. Hemos perdido nuestra libertad. Lo que antes era habitual, como ir a la playa o pasear por el parque, nos fue arrebatado. Las actividades cotidianas -ir al supermercado o a la farmacia, por ejemplo- requieren que estemos en un estado de alerta total. Hemos perdido incluso la tranquilidad de respirar. El distanciamiento social se ha convertido en sinónimo de pérdida. Pasan los días y tenemos la sensación de que se ha vivido poco y se ha perdido mucho. Los placeres de la vida están en los momentos sencillos. No sólo la pérdida de ocasiones o de libertad marca la cuarentena. Perdimos el trabajo, la salud, la vida... Se suponía que iba a ser otro fin de semana como los demás, yo, mi marido, mi cuñada y mi cuñado Edson.
Como siempre lo hicimos, nos reunimos el sábado para tomar un delicioso café, pero este sábado pasado decidí hacer algo diferente, compré bocadillos, dulces y mi cuñada hizo un maravilloso pastel, y todos se preguntaron por qué tantas cosas deliciosas, entonces dije vamos a celebrar la vida, el simple hecho de estar vivos.
Pasamos una tarde agradable, y nos despedimos con la promesa de un próximo encuentro, y de que éste se produciría pronto. Pero desgraciadamente no pudimos disfrutar más de este encuentro. Dos días más tarde, mi cuñado fue hospitalizado, enfermo de covirus, fue intubado y luchó valientemente por su vida durante 68 días. Ganó esta batalla de covid, pero debido a una grave secuela en su cerebro, y después de dos paros cardíacos murió.
Quizá el duelo sea la fase más difícil de nuestra vida. Esto se debe a que, por muy maduros y sensatos que nos creamos, nunca estamos realmente preparados para afrontarlo, para superarlo por completo. Por otro lado, es una fase necesaria, en la que nuestros sentimientos y emociones se asientan en nuestro interior, adaptándose a la nueva realidad de vivir sin uno (o algunos) de nuestros seres queridos. Cuando perdemos a un ser querido, tenemos diferentes maneras de afrontarlo. Algunas personas simplemente deciden ignorar la situación, otras tienen enormes dificultades para pasar por momentos así. Lo que ocurre es la negación, es decir, simplemente no aceptamos que hemos perdido a un ser querido. Es entonces cuando nos preguntamos "pero, ¿y si hubiera hecho algo diferente? Creamos un montón de hipótesis que, supuestamente, podrían evitar el hecho que no queremos aceptar. Lo vemos todo como una pesadilla, como si no aceptar la muerte de alguien hiciera que todo fuera menos cierto, menos doloroso. Entonces buscamos un responsable, alguien a quien culpar. Este es el momento en el que los "y si..." hacen su mayor efecto. En esta fase, podemos ofender fácilmente a los que más queremos, a los más cercanos que pasan por la misma pérdida. Es la fase en la que nos damos cuenta de que todo ha cambiado ya, y no hay nada más que podamos hacer al respecto. Lo que llamamos "odio gratuito" es común aquí, porque nos volvemos resentidos, y convertimos esto en preguntas sin respuesta, como "¿Por qué tenía que pasar justo ahora? Todavía tenía su vida por delante", o "¿Por qué él? Hay tanta gente mala, ¿por qué tienen que morir los buenos?". Es, por tanto, en esta etapa cuando nos damos cuenta del valor de nuestros verdaderos amigos: aquellos que "sobreviven" a tu peor lado, en el peor momento, y se quedan, intentando ayudarte a superarlo. En algunos momentos tenemos que negociar. Una especie de fase de negociación contigo mismo, cuando ves que luchar con todas tus fuerzas no ha funcionado. Nuestra mente ve el dolor como un castigo, y esta fase es una forma de decirle al universo que ya hemos sufrido bastante, que hemos aprendido la lección y que a partir de entonces actuaremos de forma diferente. A veces recurrimos a las promesas, aferrándonos a la religión como forma de consuelo.
Luego viene la fase de depresión, el aislamiento. No nos gusta sentirnos débiles, de no poder resolver un problema, así que nos ponemos tristes, desanimados. Es un momento de fuertes sentimientos, de soledad, de desesperación. La falta de apetito y de cuidado personal, es también un fuerte síntoma de esta fase en la que nada más parece importar.
Luego, independientemente del orden en que hayan ocurrido, nuestro dolor da paso a la aceptación, una fase en la que las emociones se calman, se organizan. La desesperación y la incomprensión de antes dan paso a la añoranza y la serenidad. Se puede decir que sólo entonces estamos preparados para reanudar nuestras vidas. Aunque el dolor es grande, es importante entender que la vida está hecha de ciclos, y que tenemos que sobrevivir a ellos de la mejor manera posible.
Encuentra amigos con los que hablar cuando lo necesites. Sólo podemos curar las heridas emocionales poco a poco, así que no es necesario guardarse todo para uno mismo, ni sufrir de golpe.
Debo aferrarme a lo que creo: mi fe, y rezar. Busca a los verdaderos amigos, no falta quien haya pasado por la misma experiencia, la de perder a un ser querido. Compartir experiencias como la mía disminuye la presión que nos causa el dolor. Lo importante es darse cuenta de que, independientemente de cómo afrontemos las pérdidas, son inevitables, y acaban fortaleciéndonos de alguna manera, porque acabamos conociéndonos a nosotros mismos y descubriendo nuestra propia manera de afrontar los retos más duros que nos da la vida.
En memoria de
EDSON FLAVIO DA COSTA 01.01.1971 / 18/08/2021
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